jueves, 12 de enero de 2017

¿Qué bicho le picó a los cómics en los 90?


por Omar Pérez
(Publicado en El Utopista Pragmático, de La Nación, Junio de 2001)
sitio web de Omar Pérez: http://www.omarperezsantiago.galeon.com/

Al inicio de los 90, nuevos dibujantes fustigaron con entusiasmo la violencia, el sexo y la política de los dirty cómics de los 80. Un ejemplo, Jucca, el creador de Anarko, dijo: Matucana y Trauko firmaron su sentencia de muerte ya que salvo excepciones mostraban sólo sexo, violencia y garabatos



Había un manifiesto tácito: ahora se haría otra cosa. ¿Y qué hicieron?

Primero, se encriptaron, dibujaron historias en colmo crípticas. Fue una tendencia a la beatería. Algunos se embotellaron en tribus y en un deseo de inscribirse aprisa en una quimérica red comercial. Mendigaban visibilidad social. Quizás por eso, la era comenzó con los media event, salones y festivales de cómics, un modo de mostrarse y hacer marketing directo.

Segundo. Pensaron más en como abrir el mercado, que en como encantar a los reales amantes del arte. Procuraron obras que no aventaran al empresario y su posible aporte en publicidad.

¿Y qué fue?

El charla se banalizó. Los empresarios no apoyaron. Las ediciones fueron irregulares. En resumen: el círculo vicioso de la indigencia no se rompió.

No era falta de talento. Al parecer no se tomaron en cuenta los antecedentes

Mas, como siempre ocurre en el arte, la balanza se equiparó con los grados de autenticidad y de esmero de los proyectos. Desagraviemos primero al cuma Pato Lliro de Christiano. Editado en fotocopias y repartido de mano en mano, realizado por Cristiano y los hermanos Miguel y Rodrigo Higueras, era, digámoslo, una humilde gaceta artesanal. Pato Lliro tuvo otras revistas: Crónicas del Barrio Sur (1983); Saltando paredes, Pateando piedras (1995). Los fanzines de la Abuela Fuentes de Asterisco estaban en la misma línea. La abuela anda en motoneta y maltrata sus nietos. La marginalidad y desesperación de esos monos era agobiante; su autenticidad, verdadera.

Rescatemos. Francisco Conejeras levanta una publicación satírica: La Mancha/ El Carrete y sacan 9 números. El talentoso Jorge David creó la Editorial Dédalos para entrar en el mercado con nuevas técnicas digitales en el dibujo y nuevas promociones mercantiles. Al comienzo, en el segundo piso de la calle Isabel Riquelme 545 de Providencia, Dédalos parecía una real casa editorial con mackintoshs y diseñadores jóvenes. Parecía que daría que hablar. Dio que hablar. Animó la conversación y generó expectativas, aunque sin mucho espesor. Publicó Sicario, Tiro de Gracia, Rayén, Salem y Medianoche.

Rescatemos. Javier Ferreras, creador de Bandido, volvió a la carga junto a Mauricio Herrera y se inscriben con Diablo en el 96. Rescatemos algunos fanzines: Dianoia de Guillermo Progro y Klaudio Huenchumil, Límite de Cristián Pérez, Experimental cómics dirigida por Jucca, entre muchos otros. Surgió una trupp que ostentaba potencia: Ficcionautas. Publicaron una revista Oxígeno, pero solo un número.

Apareció La ruta de los Arcanos del colectivo Ergo cómics. Un ejemplo potente. Salió la influencia manga, cómics japonés. El cultor más tenaz es Fyto Manga, popularizándolo a través de fanzines, talleres y programas de televisión como Bakania.

En 1988 una trupp de Puerto Montt editó Meliwarén (cuatro guarenes), la primera revista virtual chilena de cómics. Meliwarén es un clan puertomontino integrada por cuatro guarenes: Renzo Soto, Gonzalo Jaramillo , César Maldonado y Walter Velásquez. Meliwarén se convirtió, con su permanencia en la red, en una obligada visita para los fieles. Luego ingresaron nuevos sitios de cómics a la red.

En fin, redimamos los intentos organizativos: la creación de la Escuela de Cómics y Animación dirigida por Jacobsen en el Instituto Arcos. Segundo, la creación en el año 1988 del Centro Nacional de Cómics en San Miguel con su concurso nacional y su revista anual Solo Cómics. Su plan más vital y novedoso, de efecto masivo, es el Parque del Cómics Chileno.

Eso fue. Los 90. Una estación light.

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